Los cristianos no inventaron ni la caridad ni la filantropía

Por Richard Carrier.

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Permítanme disipar un mito común: no, el cristianismo no trajo la idea de la caridad al mundo occidental.

El concepto de caridad y preocupación por los pobres ya estaba completamente desarrollado antes de que los cristianos tomaran prestada la noción de sus pares paganos y judíos. Es evidente en la literatura de sabiduría judía, los discursos cínicos, la teoría moral estoica e incluso epicúrea, la generosidad aristotélica y la magnanimidad y las instituciones greco-romanas de filantropía y evergetismo. (Sobre el papel de las influencias en el cristianismo explicando sus rasgos en general, ver On the Historicity of Jesus, Elemento 30, pp. 164-68). La idea de caridad, bienestar, bien común, compartir la riqueza y ayudar a los pobres estaba muy arraigada en todas las sociedades antiguas antes del cristianismo. Los cristianos no agregaron nada nuevo. Todo lo que hicieron fue jactarse de ser mejor en eso. La que puede haber sido una afirmación tan dudosa como ahora. Los datos muestran que la pobreza solo aumentó bajo los cristianos. Por casi mil años

De hecho, el bienestar social en la antigüedad era considerable, a menudo incluía asistencia médica subsidiada y, a veces, gratuita, alimentos, becas educativas, subsidios de ingresos para los pobres y ayuda en casos de desastre (sobre algunos de estos asuntos, consulte el Capítulo 8, e índex, «obras benéficas» en mi Science Education in the Early Roman Empire); así como el acceso al agua dulce (que requirió desembolsos masivos para acueductos y sistemas asociados de entrega y almacenamiento) y otras infraestructuras urbanas, como carreteras y bibliotecas, que eran gratuitas para el público. Los baños públicos y los servicios higiénicos no eran gratuitos, pero estaban fuertemente subsidiados para el beneficio de los pobres y algunas veces, de hecho, eran gratuitos (en días sagrados). Las organizaciones benéficas privadas también estaban en todas partes, desde clubes de entierro y cena, gremios y fraternidades religiosas, hasta hospicios seculares y sagrados. Hospitales avanzados con medidas higiénicas, personal médico científico, jardines medicinales, baños, letrinas y bibliotecas eran gratuitos para los esclavos y los soldados y estaban disponibles al público por una tarifa, al igual que hoy (Science Education in the Early Roman Empire, p 109, n. 286); por lo demás, los templos curativos proporcionaban servicios de tarifa reducida con las mismas características (Asclepio, 2.173-80; Charity & Social Aid in Greece and Rome, pp. 132 y 172, n. 156), con una gran dosis de «medicina milagrosa» falsa por supuesto; pero eso es también lo que los cristianos vendieron, así que de nuevo, poca diferencia.

Los cristianos no eran diferentes a los paganos. En pocos siglos, los cristianos se convirtieron en defensores de la continua estratificación material y social, en lugar de campeones para acabar con la pobreza. En otras palabras, se volvieron más o menos como los paganos sobre quienes afirmaban ser superiores. Y nunca tuvieron algo mejor que ofrecer como modelos para la beneficencia y la acción caritativa.

La filosofía de la caridad

La noción de caridad y apoyo a los pobres ya estaba incorporada en el sistema social y la ideología de la antigüedad pagana. Ver Poverty in the Roman World, pp. 60-82 (publicado por Cambridge University Press en 2006). El intercambio de recursos cívicos era la moral estándar aprobada en cada estado nación, incluidos los ingresos públicos de la minería, la producción y el suministro de alimentos, y aún más, con muchos tipos de organizaciones benéficas filantrópicas públicas y privadas de alimentos y dinero en efectivo (ibid., pp. 6-8 y 45), todo esto implementado en una escala mucho mayor de lo que los cristianos podían lograr, hasta que asumieron el gobierno y continuaron lo que los paganos comenzaron. Todo esto fue la realización física del antiguo pensamiento pagano.

La Ética a Nicómaco de Aristóteles 4.1 está enteramente dedicada a la virtud de la «generosidad» (eleutheriotês), y en la sección 1155a19-22 de EaN 8, Aristóteles declara rotundamente que la amistad debe ser «sentida mutuamente por miembros de la misma especie, especialmente entre los seres humanos, por lo cual alabamos a los filántropos». De hecho, los puntos de vista de Aristóteles eran más sofisticados y prácticos que los promovidos por los primeros cristianos: ver Judith Swanson, «Aristotle on Liberality: Its Relation to Justice and Its Public and Private Practice» en Polity 27.1 (Autumn 1994): 3-23.

Los cristianos tenían la oscura historia de la ofrenda de la viuda. Los paganos tenían una filosofía totalmente inteligible sobre el asunto:

«Háblase de la generosidad en proporción al patrimonio, pues la condición de generoso no reside en la cantidad de lo que se da; y ésta lo hace en proporción al patrimonio. Por ende, nada impedirá que sea el hombre más generoso aquel que da menos, si es que lo da de bienes menores. Por otra parte parecen más generosos los que no han adquirido, sino heredado su patrimonio, pues desconocen la necesidad, mientras que todo el mundo ama más que nada sus propias obras, como los padres y los poetas. No es fácil que el hombre generoso se enriquezca, ya que no está inclinado a tomar ni a guardar, sino más bien a entregar; y no valora los bienes por ellos mismos, sino con vistas a su entrega». (Aristóteles EaN 4.1)

¡Caramba!. Es como si la noción cristiana de la caridad hubiera sido inventada por Aristóteles. Hum.

Aristóteles continúa alabando este modelo de generosidad como decisivo en la persona buena y la buena vida, y denuncia sus extremos opuestos: mezquindad (no dar nada a la caridad o dar muy poco) y prodigalidad (dar demasiado, por ejemplo arriesgarse a la bancarrota, o a las personas equivocadas, por ejemplo, delincuentes y aduladores, o por las razones equivocadas, por ejemplo, por elogios en lugar del bien que produce). Así que aquí tenemos la caridad y el dar como principios en la base de la filosofía occidental. (Véase T.H. Irwin, “Generosity and Property in Aristotle’s Politics,” Social Philosophy and Policy 4.2 [abril de 1987]: 37-54).

Los epicúreos, asimismo, promovían la frugalidad y la generosidad y aceptaban a los pobres y analfabetos en sus escuelas y clubes. Los cínicos aún más. Y los estoicos desarrollaron una filosofía extensa del deber moral de dar, ser generoso y ayudar a los pobres. Los eclécticos que improvisaron filosofías personales de todas las escuelas de pensamiento hicieron lo mismo.

Cicerón abogó ampliamente por otorgar excedentes a los necesitados y ayudar a los pobres (De officiis). Séneca, el famoso filósofo estoico y quintaesencia del Imperio romano, también argumentó que debemos dar limosnas sin reparos incluso a los mendigos anónimos y estar siempre listos para ayudar a los necesitados y no por lástima, sino racionalmente, como expresión de nuestra naturaleza buena (ver: Sobre la ira 1.9.2; Sobre la clemencia 2.6.2; Sobre los beneficios 3.8.3, 4.10-11, 4.29.2-3, 5.11.5; y Epístolas morales 120.2). Musonio Rufo, el filósofo más venerado del Imperio romano, se mostró aun más inflexible sobre esta virtud de la caridad, hasta el punto de argumentar que los hombres ni siquiera deberían poseer esclavos, con el objetivo de robar el trabajo de otros, sino hacer su propio trabajo o pagar por él como todos los demás. Algo a lo que Jesús nunca se refiere en ninguna parte del Nuevo Testamento. En conjunto, Rufo predicaba que «ayudar a muchas personas» es «mucho más encomiable que vivir una vida de lujo» y que «el mal consiste en injusticia, crueldad e indiferencia ante los problemas del prójimo, mientras que la virtud es amor fraternal, bondad, justicia, beneficencia y preocupación por el bienestar del prójimo». Entonces nada de eso fue inventado por Jesús.

Incluso antes de que el cristianismo viniera a robar esas ideas, el padre de Séneca escribió que «entre esas leyes que no están escritas y sin embargo están grabadas en piedra … están todas las obligaciones de dar limosna a un mendigo y tirar tierra sobre un cadáver» (Séneca el Viejo, Controversias 1.1.14). Esa declaración solo demuestra cuán omnipresente era el acuerdo común en este punto, antes de que existiera el cristianismo, en el mismo imperio que habitaban. Claramente, los cristianos no lo introdujeron. La generosidad siempre había sido una virtud. El eleutheriotês griego fue emulado por la liberalitas romana. El euergetês griego fue emulado por la beneficentia romana. Los romanos incluso introdujeron la virtud de la misericordia (clementia), teniendo un efecto que también produjo caridad. Y estas tres virtudes latinas: misericordia, beneficencia y generosidad, constituyeron el humanitas, produciendo lo que ahora llamamos «humanitarismo» (ver, por ejemplo, Cicerón, Disputaciones Tusculanas 4.43-57 y Cuestiones Academica 2.44.135).

Como el mismo Séneca escribió para la posteridad y a su amigo Lucilio:

De hecho, es digno de gran alabanza, cuando el hombre trata al hombre con bondad. ¿Aconsejamos alargar la mano hacia el marinero naufragado, o señalarle el camino al vagabundo, o compartir un mendrugo con los hambrientos? … La naturaleza nos produjo en relación unos con otros, ya que ella nos creó desde la misma fuente y con el mismo fin. Ella engendró en nosotros el afecto mutuo y nos hizo propensos a las amistades. Ella estableció la equidad y la justicia; de acuerdo con su decisión, es más desdichado comprometerse que sufrir lesiones. A través de sus órdenes, dejemos que nuestras manos estén listas para todos los que necesitan ayuda. (Séneca, Epístolas morales 95.51).

Arrojar una moneda a un mendigo, dijo Séneca, es literalmente lo menos que cualquiera debería hacer, hasta el punto de que apenas merece elogios; porque cualquiera que no haga eso, simplemente debe ser condenado (De los beneficios 4.29.2). Un hombre virtuoso, dice Séneca, sin duda hará mucho más que lo mínimo:

Enjugará las lágrimas ajenas, pero sin llorar; ofrecerá su mano al náufrago, hospitalidad al desterrado, limosna al indigente; no esa limosna humillante que la mayor parte de los que quieren pasar por caritativos arrojan con desdén al desgraciado a quien socorren, y cuyo contacto les repugna, sino que dará como hombre a hombre del patrimonio común… y no desviará su rostro o su compasión. (Seneca, De la clemencia 2.6.1-2.)

Suena como Jesús. ¿No crees?

Realidad cristiana

Por el contrario, mientras los cristianos empezaron como comunistas que creían en la total redistribución de la riqueza (Hechos 4: 34-35, impuesta por el miedo, por el asesinato estalinista de los que no cumplían: Hechos 5:1-11), en unos pocos siglos los cristianos volvieron a reforzar la estratificación social por riqueza: los pobres deberían seguir siendo pobres; los ricos merecían ser ricos y solo migajas pasarían de este último al primero. A nivel de las naciones estado, ninguna sociedad cristiana ha sido organizada de otra manera desde entonces. Incluso hoy en día, los hospitales cristianos no ofrecen sus servicios de forma gratuita, sino que cobran lo mismo que las empresas con fines de lucro y solo una pequeña fracción de las personas sin hogar reciben un hogar, mientras que la mayoría de los cristianos viven en el equivalente a palacios en comparación con la mayoría de los pobres del mundo y los esfuerzos cristianos para alimentar a los hambrientos son otra fachada microscópica que sirve a tan pocos necesitados que el estado laico tiene que intervenir para alimentarlos en su lugar, en cantidades mucho mayores de las que toda la comunidad cristiana de Estados Unidos puede dignarse ofrecer. (Ver The Myth of Christian Charity).

De hecho, la pobreza solo aumentó bajo el cuidado cristiano. Lo demuestro en mi capítulo sobre el Oscurantismo como algo real, en Christianity Is Not Great. Pero como descubrió Dominic Rathbone, la evidencia se extiende incluso antes: previo al colapso de la economía en el siglo III y la posterior toma del Gobierno por parte de los cristianos en el siglo IV, había mucha menos pobreza en el Imperio romano de lo que se había supuesto. El alcance de esto en el siglo IV, cuando los cristianos estaban a cargo, era realmente nuevo (en “Poverty and Population in Roman Egypt,” Poverty in the Roman World, pp. 100-14). Antes de eso, por ejemplo, contrariamente a la retórica cristiana, no había muchas viudas indigentes. Casi todas en los registros tenían apoyo en amigos, familia, segundas nupcias e, incluso en algunos casos, viviendo juntas y apoyándose mutuamente. Los alimentos de emergencia y la desgravación fiscal eran comunes cuando era necesario, pero, en particular, no se necesitaban habitualmente. Mientras tanto, cuando la pobreza aumentó bajo las órdenes de los cristianos, estos no establecieron políticas para arreglarla. Por el contrario, elogiaron la pobreza como virtuosa. Ni siquiera era un problema para el que los cristianos buscaran una solución.

Conclusión

No hay nada significativo que el cristianismo introdujera en Occidente con respecto a la virtud y la realidad de la caridad, el intercambio de riqueza o la ayuda a los pobres. Hablaban mucho sobre lo geniales que eran. Pero en cuanto a los valores reales, no dijeron mucho que no se haya dicho antes, a menudo con más astucia. Y no hicieron mucho más que no hubiese sido hecho antes. Y hasta que los deístas de la Ilustración comenzaron a criticarlos, nunca propusieron una solución a la pobreza, mucho menos intentaron una. (Las nociones de caridad también se desarrollaron en Oriente, independiente del pensamiento occidental en general: por ejemplo, ver Rome and China, pp. 121-36).

Los apologistas tienden a confundir la antigua retórica cristiana con la realidad. Los apologistas cristianos eran mentirosos, tanto como ahora. Inventaron afirmaciones de martirios fabulosos, tan pronto como inventaron las de superioridad cristiana en actos de caridad y ofrendas. No hay datos que respalden esas afirmaciones. La realidad parece ser que los paganos no fueron menos caritativos. Organizaron su caridad de manera diferente, pero la practicaron a gran escala. Eran tan amables, igual de serviciales, tan nobles, como sus pares cristianos. Con el colapso de la economía, el imperio que los cristianos heredaron era un cadáver moribundo, que apenas mantuvieron vivo durante unos cuantos siglos más, con una disparidad de ingresos cada vez mayor. A raíz de eso, la pobreza aumentó a extremos de pesadilla. Lo que condujo a mucha preocupación de los cristianos por aquello. Pero nunca hicieron nada al respecto. Nunca vieron la pobreza como un problema que resolver. Desarrollaron filosofías de caridad e instituciones para ayudar, pero estas nunca difirieron de manera significativa de las que los paganos tuvieron antes. Y tenían más, solo porque había más pobreza.

A menudo escucho la afirmación de que Aristóteles nunca incluyó la caridad entre sus virtudes. Lo cual es sorprendente porque, de hecho, es una de sus virtudes fundamentales, ampliamente discutida en un capítulo entero de su libro sobre teoría moral. A menudo oigo la afirmación de que a nadie le importaban los pobres antes de que llegaran los cristianos, que la filantropía no existía, que el bienestar social no era una preocupación. Lo cual es asombroso porque, de hecho, los griegos y los romanos fueron famosos por inventar estas cosas y por implementarlas extensamente en comparación con los imperios anteriores. ¡De hecho, nuestra propia palabra «filantropía» proviene de ellos! Muchos filósofos romanos y griegos escribieron extensamente sobre la generosidad, la caridad y la preocupación por los pobres, como algo fundamental en una persona buena, el elemento definitivo de la vida moral. Jesús no dijo nada nuevo al respecto, excepto en su pacifismo radical y su comunismo, declarando que debes renunciar a todo, y nunca pelear ni siquiera en defensa propia, nunca demandar a nadie, y nunca resistir a un ladrón o incluso nunca resistir a la esclavitud (Mateo 5:38-42; Mateo 19:21-24) … un modelo de caridad radical que el cristianismo nunca implementó a gran escala.

Con respecto a cómo se debe usar la riqueza, no estoy al tanto de ningún apologista cristiano en el planeta hoy en día que realmente viva como Jesús lo ordenó. Viven, más bien, exactamente de acuerdo con lo que los paganos ordenaron.

 Traducido del original en inglés por David Cáceres González con el permiso y aprobación del autor: Richard Carrier, Ph.D. Nota: (Los enlaces se han mantenido del original, así que la mayoría está en inglés)

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